EXORCISMO UN CASO INCREÍBLE.


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En este caso la posesión duró cinco años y el exorcismo casi medio año. Proceso de exorcismo que constó de doce sesiones repartidas durante esos cinco meses. Una vez que quedó liberada le pedí que pusiera por escrito su experiencia para ayuda de otras personas que se encontraran en su misma situación. Aquí transcribo el relato de su posesión y exorcismo narrado en primera persona, tal como lo vivió ella misma. Doy fe de que todo lo que narra ella es veraz. Respecto al texto yo sólo me he limitado a incluir algunas notas explicativas. La larga carta que me envío comenzaba así: 

Era el año 2000, tenía veinticinco años, había emigrado con casi toda mi familia a los Estados Unidos y estábamos comenzando una nueva vida. Mi vida transcurría de forma normal, con días buenos y malos como cualquier otra persona, tenía un trabajo, estaba estudiando inglés y me adaptaba poco a poco a mi nueva situación. Quiero aclarar que jamás he consumido ningún tipo de droga, ni bebidas alcohólicas, ni tengo a nivel personal y familiar antecedentes de problemas mentales. Llevaba sólo cinco meses en tierra americana, y de un momento a otro, comencé a experimentar cambios en mi comportamiento; cambios que le atribuí a mi nueva situación. Me despertaba muy angustiada y pensamientos suicidas revoloteaban por mi mente de forma regular, algo que no me había pasado nunca, sin embargo, pensé que se trataba de una depresión, debido a la ruptura de una relación meses atrás, que yo creía superada. Sentía que algo en mí no funcionaba como siempre, mis comportamientos cambiaron, la angustia aumentaba día a día, y algo me decía que 
tenía que abandonar ese sitio. Tomé entonces la decisión de regresar a mi país por un par de meses y luego viajar a Europa, pensando que así mi infierno se acabaría, pero no fue así. Al llegar a mi país, la misma angustia me perseguía y por primera vez maldije la existencia de Dios. Mi vida ya no era vida, tenía la idea de estar en una pesadilla interminable de la cual no era capaz de salir. Estuve viajando por varios sitios exóticos, pensando que unas vacaciones en el Caribe me sentarían muy bien. Sin embargo, dentro de mí un infierno se estaba desatando, no me encontraba bien en ningún lugar por bueno que fuera, sola o acompañada siempre estaba presente el mismo agobio, absolutamente nada me hacía feliz, sentía cada vez más esa angustia, cualquier episodio negativo por tonto que fuera me hacía pensar en el suicidio, sólo podía pensar en las cosas que me hacían daño, las cosas positivas perdían valor y notaba que me costaba más superar cualquier inconveniente que se me presentaba. Era como si algo dentro de mí sólo quisiera que me quitara la vida, una voz no se cansaba de repetirme en la cabeza que tenía que morir, que era un estorbo. Me aferraba a la única ilusión que me quedaba, que era conocer Madrid y de nuevo comenzar una nueva vida, tenía la idea de que al llegar a España todo lo que estaba viviendo desaparecería. Con la novedad de llegar a un país que siempre había querido conocer, tuve una tregua de dos días, pero al tercer día de estar en Madrid, la angustia comenzó, y ahora con más fuerza. La certeza de que algo en mi cabeza no marchaba bien me asustaba, pero no tenía ni idea de lo que realmente me estaba pasando, siempre le echaba la culpa al lugar, a cualquier tontería que me pasaba o a lo que me rodeaba. Me matriculé en una escuela madrileña para pedir la visa de estudiante y me fui haciendo a un grupo de amigos con los que solía salir de marcha, pero aún así me sentía totalmente desdichada. Después de vivir unos meses en Madrid y conocer algunos lugares de España, tomé la decisión de irme a las Islas Canarias, pensé que el clima insular y una cultura parecida a la mía me vendría muy bien, supuestamente sería un cambio positivo. Una vez en Tenerife, comencé a estudiar, conseguí mi primer trabajo y una nueva relación llegó a mi vida, pero nada de esto me hacía feliz, mi vida ya era un infierno, había perdido mucho peso y sentía una angustia permanente. Le mentía constantemente a mi madre haciéndole creer que era feliz, pero el sufrimiento era una constante, a la cual no le encontraba una razón lógica. Mi relación con Dios y la Iglesia era nula desde hacía varios años, además noté que había perdido totalmente la fe, de hecho pasé, de creer en la existencia de Dios, a pensar que era solo una creación del hombre para no sentirse tan solo. Le perdí todo respeto a las tradiciones católicas, y no dejaba escapar oportunidad para discutir su existencia con personas creyentes, odiaba ver imágenes religiosas y rabiaba porque otros podían creer en Cristo. Le fui abriendo la puerta al demonio, ya que una vez que te has alejado de Dios, te encuentras totalmente vulnerable a cualquier presencia maligna por medio del pecado. Pese a notar este cambio con respecto a la religión que profesé hasta mi adolescencia, atribuí tal cambio a la madurez y al hecho de encontrarme en un país menos creyente que el mío. 

Volví a mi país, y tenía la ilusión de pasar unos días sin aquella pesadilla, pero las cosas seguían igual. Al regresar a España, decidí viajar con mi novio de nuevo a los Estados Unidos para pasar las Navidades con mi 
familia. Pero se convirtieron en las peores de mi vida, ya que tan pronto pisé tierra americana perdí el apetito, no dormía, me despertaba con el corazón acelerado y nauseas. Experimenté unos escalofríos durante todas las noches que nunca había sentido, era un frío extraño que no se quitaba con nada, me despertaba durante la noche con sobresaltos, tenía la idea de que algo me oprimía el pecho, cada minuto era un verdadero infierno y una sensación de vacío se convirtió en parte cotidiana de lo que ya era una pesadilla. Cada vez era más fuerte aquella voz que me decía que me suicidara, que era un estorbo y que me fuera de allí, estaba tan desesperada que quería tirarme a un coche, pero algo me detenía. Había entrado en un estado agónico, sé que suena fuerte, pero lo que yo padecía en ese momento era un total infierno. Fui invitada a dos bodas en este periodo, de una de ellas tuve que salir corriendo porque un deseo de suicidarme me empujaba a una laguna cercana a la iglesia. Mi madre que se encontraba conmigo no entendía nada, y yo estaba convencida de que esa actitud no era normal. Mi vida se me había ido fuera de control, me estaba volviendo literalmente loca, sólo pensaba en volver a España y ponerme en manos de un psicólogo. Al regresar a España, y todavía con la esperanza de salir de esa pesadilla, comencé a buscar ayuda especializada y me sometí a un tratamiento psicológico durante ocho meses, pero no obtuve ningún resultado, la psicóloga llegó a la conclusión de que se trataba de una depresión. Estuve sometida a un tratamiento farmacológico antidepresivo muy fuerte, también me prescribieron pastillas para dormir, y la verdad es que el hecho de tener que tomar pastillas antidepresivas me causaba una angustia peor, sobre todo porque nunca había presentado síntomas como estos a lo largo de mi vida. Cada día era angustioso, soñaba con la idea de poder detener mi existencia, pasaba el día analizando cada detalle de mi suicidio, quizás esa idea era lo único que callaba esa voz que martilleaba mi cabeza constantemente. Minuto a minuto pensaba en la forma de suicidarme, pero algo dentro de mí no lo quería hacer. Era una lucha constante entre tener que hacerlo y no querer hacerlo. 

Regresé de nuevo a los Estados Unidos y empeoré, llegué a la conclusión de que algo quería que me alejara de ese país, ya que al llegar allá los síntomas eran más fuertes. Me sentía totalmente sola con este problema y había programado suicidarme una vez que llegara a España. Lo tenía todo planeado, tenía claro en ese momento que estaba loca y nadie podía ayudarme, ni los especialistas, ni los medicamentos lograban una mejoría, y de ningún modo deseaba pasar mis últimos días de vida en un manicomio, pensaba que llegaría el día en que no tuviera la cabeza lo suficientemente lúcida como para poder planear mi muerte, por lo que mi suicidio tenía que ser lo más pronto posible. Gracias a Dios, uno de los días en que peor estaba, mi madre que se encontraba preocupadísima con mi comportamiento, me pidió que le acompañara a su trabajo, ya que temía que cometiera alguna locura, de hecho ya había pretendido suicidarme dos días antes en los Estados Unidos, quizá el acompañarle ese día me salvó la vida. Ya había buscado por varios medios llevar a cabo mi deseo de abandonar este mundo. Primero traté de engañar a un veterinario, haciéndole creer que mi perro se estaba muriendo y que me facilitara una inyección para no prolongar más su agonía, pero me exigió que le llevara al perro. Luego traté de engañar a un 
farmacéutico para que me vendiera un medicamento, pero tuve que salir corriendo de allí porque iba a llamar a la policía. Una hermana de mi madre, aprovechando un descuido de ella, me llevó a dar un paseo, y me dijo que tenía idea de lo que me pasaba, que ella y su manager me ayudarían. Me preguntó si creía en cosas que no se podían ver, y yo inmediatamente supe a lo que se refería, me reí de lo que me decía, pero por respeto, acepté su ayuda con la idea de que ya no era la única loca en la familia, ya éramos dos. Mi tía lo hacía a espaldas de mi madre, porque mi madre nunca había creído en ese tipo de cosas. Al día siguiente llegó mi tía a casa acompañada de una Biblia, y aprovechando de nuevo que mi madre se encontraba dormida, me pidió que fuéramos a orar. Después de algunas oraciones y un paseo en el que hablábamos de lo que me pasaba, de un momento a otro empecé a sentir un escalofrío, y una especie de hormigueo que corría por todo mi cuerpo, mi voz cambió y estaba perdiendo el control físico, de lo único que me acuerdo es de mis manos y pies, que en un momento dado los miré y estaban totalmente encogidos, como en forma de garra, me asusté mucho, no entendía qué me pasaba y solo repetía el nombre de una chica que en ese momento vivía con el que fuera mi pareja al llegar por primera vez a los Estados Unidos. No recuerdo mucho lo que pasó, sólo gritos, a mi madre de rodillas en la cama en donde resulté tumbada, a mi tía con la Biblia en una mano leyendo en voz alta y con la otra sujetándome la mía, y ese hormigueo, que hasta mi tía pudo sentir. Poco a poco salí de ese trance y me di cuenta de lo que realmente había pasado en mi vida durante esos años, pero eso sólo era el comienzo de lo que sería finalmente la solución a esta pesadilla. 


Regresé a España, con la alegría de saber cual era la causa de mis males y un alivio esporádico que me dio lucidez para buscar la ayuda que realmente necesitaba. Mi tía había logrado una tregua a mi tormento, pero la recaída fue atroz, los síntomas se hicieron más fuertes, no tenía paz ni al dormir, me di cuenta que había dejado de vivir durante mucho tiempo, ya que durante la tregua que tuve, mi vida dio un giro total, era como volver a nacer, salía a la calle y todo lo veía diferente, quizás suene raro, pero hasta el color del cielo y de los árboles era diferente, era como si una sombra hubiera cubierto mi vida los últimos años, lo más extraño, es que al volver a lugares que yo ya había conocido, al verlos de nuevo los veía diferente, quizás esto sólo lo podemos entender las personas que lo hemos experimentado, pero era como haber estado en otra realidad oscura y triste. La cruz no la llevaba sola, mi familia también la pasaba muy mal, sobre todo por la distancia y por el hecho de luchar contra algo que nos era desconocido. Lo peor es que una vez que se sintió descubierto lo que llevaba dentro, no perdió segundo en mostrarme su infierno, se percató en darme a conocer cada uno de sus sufrimientos, maldecía todo lo que hacía, experimenté la angustia que se siente al odiar a Dios, pero con la certeza de que nada de lo que haga hará que deje de existir. Religiosos, amigos y familia comenzaron a orar fuertemente para sacarme de ese abismo, fue horroroso lo que tuve que pasar. No podía entrar a una Iglesia porque la angustia era aterradora, y en casa cuando estaba sola golpeaba y escupía las imágenes religiosas de mis compañeras de piso, sentía un odio hacia Dios inexplicable, lo veía cómo a un enemigo, produciéndome alivio la idea de pensar que el mundo sin él era mejor. 
Pero, ¿Cómo eliminarlo? Eso es lo que más atormentaba a lo que estaba dentro de mí. Regresé a mi país y decidí suicidarme. Con un nombre y datos falsos logré comprar mi tan anhelado cianuro, había soñado tanto tiempo con tenerlo en mis manos, ya que en Estados Unidos y en Europa me fue imposible obtenerlo, pero cuando ya tenía todo preparado, algo no me permitió llevar a cabo mi plan, me obligó a devolverlo y pasar una gran vergüenza. Con la ayuda de familiares y amigos, encontré dos sacerdotes católicos que me realizaron varios exorcismos, pero mi residencia permanente era en España y no pude permanecer en mi país natal el tiempo suficiente para mi liberación. Mi suerte en ese momento estaba en manos de Dios, yo no podía hacer más por mí, nadie podía hacer más por mí. A pesar de todo esto, seguía trabajando, y rendía de forma normal en la universidad, de hecho saqué mi carrera sin problema, pienso que Dios siempre estuvo ahí, dándome fuerza, a pesar de que yo dudaba de su existencia, al igual que de la Virgen María, la cual ha sido fundamental en mi liberación. Nunca permitieron que lograra suicidarme. 

Una vez en España, recorrí varias Iglesias Católicas de Tenerife en busca de ayuda, pero sólo encontré incomprensión, incredulidad y a veces hasta burla. Comencé entonces a asistir a otra religión con personas muy buenas, pero que en nada podían ayudarme, además no tenían a la Virgen como referente, y yo sabía que algo muy importante faltaba. Pero seguí luchando, algo en mí no me permitía dejar de seguir buscando mi liberación. Un día de octubre estaba viendo la televisión, y me detuve a ver un programa sobre exorcismos, justo allí vi por primera vez al Padre Fortea, me sorprendió como describía lo que padece un poseído y era exactamente lo que yo estaba padeciendo. Entonces me entregué intensamente a la tarea de buscarlo. Aunque ya varias personas, entre ellos sacerdotes, me habían asegurado que lo mío era una posesión, el juicio del padre Fortea sería mi prueba definitiva. Vale la pena decir que yo no creía en nada de estas cosas, ni siquiera en Dios, quizás mi posesión fue la prueba que él me ofreció para comprender su existencia, Cristo se vale hasta de Satanás para mostrarnos su gran poder y su infinito amor. 

Tan pronto localicé al Padre Fortea le pedí que me ayudara, me hizo algunas preguntas y posteriormente me dio como primera cita el día 5 de noviembre del 2004. Pero antes de que llegara ese día la pasé muy mal, no dormía, y aunque lograra conciliar el sueño, también sufría. La angustia y el desasosiego eran permanentes, en el fondo tenía la esperanza de que todo esto llegaría a su fin, pero mi inquilino también lo sabía y me transmitía todo su sufrimiento las 24 horas del día. El fin de semana antes de entrevistarme con el padre, los síntomas se agudizaron, algo me decía que él era el que me sacaría de este infierno, pero lo que yo tenía dentro también lo sabía, porque lo que viví días antes del viaje a Madrid no se compara ni con todo lo que había sufrido en los cuatro años y cuatro meses que llevaba arrastrando con esa pesadilla. Es difícil explicar lo que padecí en esos días previos a la cita, solo puedo decir que si los seres humanos tuvieran una mediana idea de lo que es el infierno, no pecarían, además no sólo sufría de forma espiritual, sino también físicamente. El 5 de noviembre 2004 me presenté en la iglesia de la Virgen de Zulema, eran las siete de la tarde, fue 
empezar a subir la carretera que lleva a la puerta del templo cuando comencé a temblar, un miedo aterrador me consumía, tenía una sensación extraña, por un lado pensaba en mi liberación, pero por otro lado tenía pavor a lo que pudiera suceder. Tan pronto como entré en la iglesia los síntomas se agudizaron, las piernas me temblaban, las sentía pesadísimas, sólo recuerdo que me dirigí directamente al padre, temblando, con nauseas y a punto de desmayarme, le dije mi nombre, nada más verme él me preguntó si me sentía mal, comencé a llorar. Me pidió que me sentara en un banco y lo esperara (debió marchar a buscar más gente para sujetarme), pero enseguida caí al suelo y de ahí en adelante mis recuerdos son muy vagos, no sé realmente cuanto tiempo transcurrió, solo recuerdo que al despertar estaba en brazos de una mujer que me transmitía mucha paz, estábamos justo al lado de una imagen de la Virgen, no recuerdo cómo llegué hasta ese sitio, sólo sé que me encontraba muy tranquila, la angustia había desaparecido y poco a poco me incorporaba. Esa mujer que formaba parte del equipo del padre Fortea me dio un mensaje en una lengua que yo desconocía, pero ella no tuvo que traducirla, pude comprender lo que me decía. Su voz era suave, y pude darme cuenta que ese mensaje venía de Cristo. La mujer se dirigió al Padre y comenzaron a hablar en inglés, notaba que hablaban de mí, y por sus expresiones algo no marchaba bien. Poco tiempo pasó, el padre y aquella mujer se retiraron a hablar en el despacho, yo me quedé tratando de orar con dos señoras que se encontraban en la iglesia, de un momento a otro comencé a sentir rabia, mucha rabia, quería salir de allí, pero algo me lo impedía, comencé a gritar, y otra vez perdí el control de mi cuerpo, recuerdo que traté de salir, de hecho al volver en sí, me encontraba cerca a la salida, no recuerdo bien lo que ocurrió durante aquel tiempo, quizás gritos, lenguas desconocidas, imágenes del padre Fortea acercándose, de otras personas y de aquella mujer sosteniéndome de nuevo en sus brazos. Sentí de nuevo paz, estaba muy tranquila, en el fondo sabía que lo que tenía dentro estaba débil, pero permanecía conmigo. 

l día siguiente el mero hecho de retornar a la parroquia fue todo un reto, algo no me dejaba, la angustia se apoderó de mí, estaba desesperada. Al llegar a la Iglesia observé que varias personas se encontraban afuera, pero cuando vi al padre Fortea perdí el control físico, no sé que pasó, cuando menos lo pensé, en un instante, unos hombres me introdujeron en la capilla, que está justo debajo de la iglesia. 

Nota: Ella no lo recuerda porque estaba en trance. El coche aparcó y ella al verme entró en la fase previa a una crisis de furia. Aunque de momento sólo me miraba silenciosa, como un animal agazapado, acorralado que no sabe qué hacer. Sabía que si me ponía a hablar con ella, se pondría a gritar. Aunque estaba sentada en el asiento trasero del coche que la había traído, mi equipo estaba perfectamente entrenado para manejar este tipo de situaciones. Me acerqué como a saludarla y antes de que pudiera decir ni una palabra cuatro hombres en lo que tarda un suspiro la agarraron. Cada uno de los cuatro tenía asignada una parte del cuerpo: un brazo concreto, una pierna concreta. De forma que en un segundo se encontró fuera del coche, siendo llevada en el aire hacia la cripta de la iglesia. Esto puede parecer una operación sencilla, pero les aseguro que sacar de un coche a una posesa y llevarla en volandas escaleras abajo hasta cerrar la puerta de los salones parroquiales sólo se logra con un equipo con mucha experiencia. 

Una vez dentro de la cripta, vi de nuevo a aquella mujer, al verla lo que yo tenía dentro se revolcaba, una voz masculina hablaba a través de mí, gritaba, maldecía y no sé que otras cosas decía. Algunas personas que estuvieron presentes me contaron algunas cosas de las que pasaron, yo no estaba muy consciente. Algo que me sorprendió muchísimo fue la pérdida de la conciencia del tiempo, para mí fueron cinco minutos o menos, pero para los que estaban realizando el exorcismo transcurrieron aproximadamente dos horas. Éste era solo el comienzo de mi liberación, por lo menos doce exorcismos más tuve que pasar para ser liberada, y me considero afortunada, pues en la parroquia vi que hay personas que pasan varios años antes de ser liberadas. Contar con detalle cada exorcismo es muy difícil, sobre todo porque en muchas ocasiones no eres consciente de lo que pasa, y si las personas que se encuentran presentes no te comentan nada al acabar, no llegas a saber a ciencia cierta lo que pasó. Recuerdo la angustia que me transmitía Satanás cada vez que estaba cerca de la iglesia o nombraban el nombre de Jesús o de la Virgen. También tengo imágenes del padre y de aquella mujer que le ayudaba, la cual fue tan importante fue dentro de mi liberación, orando en lenguas para mí desconocidas. 

Nota: La identidad de la mujer a la que se menciona en varios lugares de este relato, no aparece por deseo suyo. Se trata de una mujer perteneciente al equipo de la parroquia y que pasaba muchas horas de oración ante el Santísimo. Después de medio año, tuvo que regresar a su país, Estados Unidos. 

Aprendí a saber cuando el demonio hablaba a través de mí, y a distinguir cuando eran mis pensamientos y cuando su voz, de hecho se movía por mi cuerpo y se manifestaba dentro de mí, además en algunas ocasiones movía partes de mi cuerpo a su merced. Recuerdo que en una ocasión sostenía un rosario, y mi mano empezó a moverse sola y a golpear la pared, pretendía que soltara el rosario, me hacía daño, comencé a orar y se tuvo que detener. Cada vez que terminaba un exorcismo, me llenaba de paz, me sentía más fuerte, y sabía que Satanás se debilitaba. De los exorcismos sólo tengo imágenes de varias personas a mi alrededor, la luz tenue de la cripta, yo tumbada en el suelo, varios hombres sosteniéndome, tentaciones sexuales, y lo más importante para mí: la presencia de la Virgen María, que muchas veces la vi representada en la mujer que siempre estaba en mis exorcismos. También recuerdo que siempre me tenían que hacer entrar a la capilla forzada entre varias personas, porque lo que tenía dentro se negaba a entrar allí, además adquiría una fuerza física inexplicable. Dos meses antes de mi liberación, cometí un error garrafal, tuve compasión con el demonio, algo me impulsó a desear que se quedara conmigo un tiempo más pensando que me dejaría tranquila, aquello se convirtió en una especie de pacto. Oraba por él con la idea de que así me haría menos daño y este pacto le dio más fuerza. Fuerza que aprovechó para usarla en mi contra, sin embargo nada de eso impidió mi liberación, la cual tuvo lugar el día 14 de marzo del 2005, era el tercer día consecutivo que me realizaban exorcismos. Ya en ese momento era consciente de muchas cosas durante las sesiones de exorcismo. Lo que más recuerdo es que un hormigueo corría desesperado por todo mi cuerpo, y con 
mis manos lo iba sacando de mí, era como si me estuviera limpiando mi espíritu, sentía una paz, una tranquilidad indescriptible. Ese día fue muy especial para mí, sentí la presencia de la Virgen con mucha fuerza. 

Días antes de mi liberación, un sacerdote que estuvo presente en algunos exorcismos, me comentó que el demonio dijo algunas cosas en latín, comentó algo sobre un mensaje de la Virgen, la cual sin duda estuvo presente en todos mis exorcismos. Algo muy importante fue la ayuda de este sacerdote15, de hecho estuvo conmigo el día de mi liberación, y fue crucial en el final de esta historia. El día de mi liberación salí a hacer una caminata con él por los alrededores de la parroquia, y en medio de la pequeña excursión de una hora entré en trance, el sacerdote en el lugar solitario hasta donde habíamos llegado, en un rincón de aquella montaña boscosa, comenzó a decir oraciones exorcísticas y me hizo renunciar expresamente al hecho de tenerle compasión al demonio, allí renuncié a esa especie de pacto que había realizado con él, y la verdad es que ya en ese momento sentí que el demonio estaba muy debilitado, que ejercía menos influencia sobre mí e, incluso, que mientras él se manifestaba yo ya podía orar en mi interior. Mi liberación era un hecho, sin embargo el padre Fortea consideró conveniente que regresara para certificarla, para asegurarnos de que no quedaba nada dentro. Y así el día 5 de mayo de 2005 pude entrar por mi propio pie a la iglesia, sólo sentí paz dentro de El nombre del sacerdote queda silenciado en este escrito por deseo suyo, ya que por el momento cree más prudente silenciar su identidad para que pueda ejercer su ministerio de párroco con tranquilidad. ella y pude orar en voz alta con todos los presentes. 

Nota: En la última sesión, aquella realizada para asegurarnos de que no quedaba nada maligno dentro de ella, efectivamente vimos que no había nada dentro, que había salido todo. Pero ella todavía durante unos minutos sintió la presencia del maligno en su cuerpo, pero fuera de ella, no dentro. Sintió como la oración la limpiaba de esa presencia. Y una vez que quedó liberada sintió una gran paz y amor, una verdadera efusión de gracia en su corazón. 

Por culpa de quién y el por qué yo quedé posesa, no deseo ni comentarlo, lo único que me importa ahora es que puedo entrar a las iglesias con total tranquilidad, que creo en Dios y le amo, la idea sobre el suicidio desapareció, puedo desechar todo pensamiento que no sea positivo para mí, experimentar momentos de paz y felicidad como cualquier otro ser humano, y sacar provecho hasta de las cosas no tan positivas, tanto de mi pasado, cómo de mi presente. En pocas palabras, volví a ser la de antes, pero con un firme testimonio de la acción de Cristo y de la Virgen María. Gracias a Dios, gracias Virgen María, gracias padre Fortea, gracias padre (nombre), gracias (otro nombre), gracias colaboradores del padre, gracias a mi familia y a todos aquellos que de alguna u otra manera me han devuelto a la vida.

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